Decir que esta ha sido una experiencia única e irrepetible se queda corto. Me embarqué en este viaje con unas expectativas altísimas, y a pesar de ello, la realidad logró superarlas. Todas. No puedo negar que haya sido duro, porque lo fue. No puedo negar que fuese cansado también, porque lo fue. Pero por encima de esto, lo que ocurrió es que esta ha sido la experiencia más inolvidable y transformadora que he vivido.

Cinco personas. Veintidós maletas. Dos sillas de rueda. Una incubadora. Muletas, andadores, medicinas, ropa, material escolar. Cargar con todo eso fue el primer reto… y apenas era el comienzo.

Después de casi 20 horas de viaje, incluyendo caminatas por tres aeropuertos, dos vuelos y un trayecto en un autobús militar, llegamos finalmente a Pucallpa (Perú) dónde nos alojamos en una casa de acogida cedida por la iglesia a la ONG. 

Nuestro día a día empezaba temprano. A las seis de la mañana ya estábamos rumbo a las comunidades más desfavorecidas, para realizar triajes médicos: pesábamos y medíamos a las personas, les tomábamos la tensión, glucosa, hemoglobina, colesterol… incluso recogíamos muestras para poder entender mejor las carencias nutricionales y sanitarias de cada zona. En función de los resultados, entregábamos medicación adaptada a cada persona.

Pero no solo llevábamos salud. También entregamos sillas de ruedas, material escolar y ropa, por lo que tuvimos la oportunidad de visitar escuelas, compartir juegos, palabras y dar y recibir infinidad de abrazos y siempre, siempre, dejarles algo que sumara a su bienestar.

Pero si una situación sobresale de todas las vividas durante los siete días que duró nuestro viaje, destacaría nuestro desplazamiento hasta una comunidad en plena selva amazónica como uno de los más impactantes. Allí entregamos una incubadora al centro de salud local, porque hasta ese momento, cada vez que una mujer daba a luz, debía realizar un viaje de tres horas en barco hasta la ciudad más cercana. 

Si algo he aprendido de esta experiencia es que no estás solo cuando decides ayudar. Cuentas con el apoyo de empresas e instituciones que, sin esperar nada a cambio, se vuelcan en mejorar las circunstancias de personas que les son totalmente desconocidas. Te encuentras rodeado de personas, que el destino pone en tu camino con las que construyes algo más grande: una red de solidaridad, entrega y humanidad. Entre todos conformamos un equipo que se apoya, se cuida y se fortalece ante cada obstáculo.

He vuelto a casa con el corazón lleno y los ojos abiertos. Uno va con la idea de ayudar, pero vuelve con la sensación de que en realidad lo han ayudado. La gente con la que te cruzas te muestra lo que realmente importa. Comparten contigo lo poco que tienen regalándote lecciones de humildad, generosidad y esperanza. Aprendes a valorar lo que antes dabas por hecho. Las cosas, las personas, las conexiones recuperan el valor que nunca debieron perder. Vuelves con los pies en la tierra y con la certeza de que el mundo se cambia… persona a persona.